martes, 20 de noviembre de 2012

Del infanticidio permitido a la cárcel por dar un sopapo a tu hiijo


El Congreso elimina hoy del Código Civil la potestad de los padres de dar cachetes
2007
El Congreso de los Diputados suprimirá previsiblemente hoy dos artículos del Código Civil que conceden a padres y tutores la potestad de «corregir razonable y moderadamente» a los niños, eliminando así la cobertura legal al comúnmente denominado 'cachete'.
Esta modificación legal está incluida como disposición adicional al Proyecto de Ley de Adopción Internacional, que vuelve al Congreso tras su paso por el Senado. La Cámara Baja hará prevalecer su criterio y 'tumbará' las tres enmiendas sobre este asunto introducidas el pasado martes en la Cámara Alta con los votos de CiU, PNV y PP, que se posicionaron en contra de esta reforma.
Así, el Grupo Socialista en el Congreso, con el apoyo de IU-ICV y de ERC, logrará que los progenitores dejen de estar amparados legalmente para dar una bofetada a sus hijos. El nuevo texto del Código Civil verá eliminada la posibilidad de que los padres puedan «corregir razonable y moderadamente», ya que ahora deberán reprender a los menores «con respeto a su integridad física y psicológica».
El diputado socialista Mario Bedera explicó a Europa Press que éste «no es un tema baladí» y que muestra dos visiones «muy distintas» entre los grupos parlamentarios de entender la formación de los menores. «La educación de un niño no puede hacerse mediante ningún maltrato, por muy moderado que sea. Frente a los que hablan de corrección (física), nosotros hablamos de respeto», sentenció Bedera.
«Un azote a tiempo»
¿Resulta beneficioso dar un cachete a un niño cuando se porta mal? Para la mayoría de la población española, no es más que una forma de imponer disciplina. Un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelaba hace apenas un año que casi un 60% de los españoles aprueba el «cachete» o un «azote a tiempo» para educar a sus hijos si las demás opciones ya han sido probadas y con ello se puede evitar un problema mayor. Por el contrario, tres de cada diez adultos considera que no es adecuado pegar a un niño en ningún caso.
Los propios afectados asumen la 'bondad' del cachete en determinadas circunstancias: Save the Children revelaba no hace mucho que en España, casi la mitad de los niños entendían que su padre y su madre «tenían derecho» a pegarles.

Una opinión ampliamente compartida, dentro y fuera de nuestras fronteras. El mismo Tony Blair reconoció, siendo primer ministro británico, haber dado cachetes a sus hijos. Al ser preguntado en un programa de televisión que debatía la falta de respeto de los adolescentes sobre si había abofeteado a alguno de sus vástagos, el primer ministro británico, que tiene cuatro hijos entre 5 y 21 años, admitió que sí. Blair esgrimió que «todo el mundo sabe la diferencia entre dar un cachete los malos tratos».

Los expertos, sin embargo, consideran que el cachete entra dentro de los recursos que utilizan los padres que no saben educar.

«Hemos llegado al absurdo de confundir un cachete con un maltrato»

El juez Emilio Calatayud defendió ante un auditorio de profesores un pacto por el menor, más que un pacto por la educación

07.11.10
Es como un vendaval. De pasión y de sentido común. Tan arrasador que, en ocasiones, las palabras se agolpan en su garganta hasta el punto de amenazar con ahogar su voz. Pero no. De repente se recupera, su entonación se restablece y vuelve a convertir sus reflexiones en una trenza de crítica, ironía, gravedad y gracejo andaluz. Cuentan que Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) se convirtió en el singular juez de Menores que hoy es porque su padre le envió al colegio Campillos de Málaga cuando tenía 13 años y aureola de díscolo. Tanto le marcó la experiencia de aquel centro reconocido como estricto correccional, que hoy condena a sus chavales a trabajos comunitarios tales como limpiar la fachada de su juzgado por arrancar una rejilla en un edificio público o impartir 100 horas de clase a estudiantes de Informática por 'hackear' empresas granadinas ocasionando pérdidas por valor de 2.000 euros.
De ahí que el invitado de honor de la undécima edición del Homenaje al Docente que anualmente organiza ANPE se convirtiera ayer en una suerte de experto juez y avispado sociólogo que, a base de retratos tan hilarantes como serios, despertó enormes complicidades y risas. «Le estamos quitando autoridad a los padres en el momento en que les estamos exigiendo mayor responsabilidad. Hemos llegado al absurdo de confundir un cachete con un maltrato», afirmó Calatayud, al tiempo que pedía a los legisladores que «me digan cómo evitar que un niño de tres años meta los dedos en un enchufe sin caer en el maltrato». Y hasta bromeó con el hecho de que un hijo pueda denunciar a sus padres por mirarle el móvil.
Educado en la disciplina de que «si no quieres la sopa en la comida, la meriendas y la cenas hasta que la comas», el juez se definió a sí mismo, con 54 años, como «la generación perdida: hemos pasado de ser esclavos de de nuestros padres a esclavos de nuestros hijos». Pero ello no fue óbice para que criticara agriamente «el abuso de los derechos» y «la dejadez de los deberes», porque «nos ha dado miedo decir que no», porque tenemos «complejo de joven democracia» y no resulta moderno ejercer la autoridad. «Si yo soy amigo de mis hijos dejo a mis hijos huérfanos», sentenció, al tiempo que arrancó la única interrupción de su monólogo cuando señaló que «no somos todos iguales, no podemos serlo. El maestro no puede ser igual que el alumno, aunque sólo fuera por conocimientos, antigüedad y edad».
Y en ese sentido, agradeció a las comunidades que han legislado el reconocimiento a la autoridad del docente, pero añadió que «no es necesario porque ya está legislado. En el Código Penal. El artículo 24 define al funcionario público, y el profesor lo es. Y el artículo 550 dice que la agresión a un funcionario público es un delito de atentado. Está claro».
Al final, enmarcado entre un decálogo de «consejos para crear un pequeño delincuente» y un marasmo de contradicciones legales con los menores -«es una barbaridad que a los 13 años se pueda consentir relaciones sexuales y, sin embargo, tenga que acudir al juzgado acompañados de sus padres»-, Emilio Calatayud abogó «por un pacto por el menor más que por un pacto por la educación meramente académica, porque estamos muy mal educados», de ahí que el 80% de los chavales que juzga «cometen delitos pero no son delincuentes». Pero concluyó que «mientras los jueces de menores sean los menores de los jueces; los maestros los menores de los catedráticos y el político de menores el menor de los políticos, la cosa no va a ir bien».
El cachete duele, pero no funciona

Los padres aún recurren al castigo físico leve para desahogar su impotencia pese a su nula eficacia - Pero ¿vale como último recurso?
J. A. AUNIÓN 17/11/2010
Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo... Son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas y que muchos españoles tienen asociados a la educación de sus hijos. Utilizados de forma muy puntual, como último recurso, para marcar claramente un límite a un niño o a un preadolescente, un buen número de personas lo ven como algo eficaz.
"Si no lo justificamos en pareja, ¿por qué sí con los niños?", dicen los expertos
El 60% de los adultos cree eficaz el bofetón "a tiempo". Idéntica tasa de niños lo sufre.
El castigo físico puede llegar a insensibilizar ante el dolor ajeno
Los especialistas recomiendan evitar la pena corporal, pero poner límites
Otros, entre ellos multitud de pedagogos y psicólogos, no están de acuerdo; insisten en no criminalizar a los padres que los usan (hay que dejar claro que no estamos hablando de violencia gratuita o de malos tratos graves, como palizas), pero rechazan tajantemente ese comportamiento como herramienta válida o adecuada para educar a los niños, primero, por reprobable en sí mismo -"Si no lo justificamos en el ámbito de la pareja, ¿por qué sí con los niños, que están indefensos?"- y, segundo, porque no funciona, al menos a largo plazo, asegura el profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Gámez Guadix.
Este profesor ha vuelto a traer el debate al primer plano con un estudio que ha dirigido sobre la prevalencia del castigo físico de los menores en el ámbito familiar. Ha tomado una muestra de 1.067 alumnos universitarios de su campus y les ha preguntado si a la edad de 10 años les pegaron algún cachete: le había ocurrido al 60% de ellos, una cifra absolutamente consistente con el de una encuesta del CIS de 2005, que dijo que en torno al 60% de los adultos cree que "un azote o una bofetada a tiempo puede evitar más tarde problemas más graves". En otros estudios hechos en Estados Unidos con la misma metodología, dice Gámez, la cifra está entre el 23% (para los padres) y el 25% (madres).
La pregunta era, recalca el profesor, sobre cachetes o azotes, quedando fuera cualquier acción que pueda causar alguna lesión o marcas. De hecho, se excluyó de la muestra a los jóvenes que habían sufrido algún tipo de violencia más grave para no confundir el ámbito de la investigación. Y en este punto aparece otro dato llamativo: el número de alumnos excluidos por haber sufrido golpes más severos (por ejemplo, del que cumple la amenaza de quitarse el cinturón para dar una reprimenda, agarra por el cuello o da un puñetazo) fue "una cifra considerable", en torno al "15% del total de la muestra".
Estas últimas actitudes sí están condenadas y casi nadie las defiende, al menos en voz alta. Pero las otras, la del pequeño cachete cuando la niña de seis años no deja de gritar y molestar en medio de un restaurante abarrotado, o cuando el niño acaba de romper el jarrón de la abuela después de que le dijeran infinidad de veces que en el salón no se juega a la pelota, esas "están ampliamente aceptadas a nivel social", dice Gámez.
Lo que pasa es que los contornos son difusos. ¿Cuándo ha llegado el límite? ¿Cuándo la hora de utilizar el último recurso? ¿Cómo se sabe que no ha sido demasiado? Hay muchísimos matices que conviene tener en cuenta, ya que no es lo mismo el coscorrón puntual que tomarlo como norma cada que vez que se quiera conducir al menor.
Según el filósofo José Antonio Marina, la brújula es el "sentido común". "Hay que diferenciar" entre un maltrato físico fuera del marco educativo o que, dentro del proceso educativo, de forma puntual y para marcar límites, se pueda dar un cachete "siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios", sobre todo en edades tempranas y para impedir conductas, no para fomentar buenos comportamientos, dice el responsable de la Universidad de Padres.
El juez de menores de Granada Emilio Calatayud ha dicho en numerosas ocasiones que el azote se puede dar siempre que sea en el momento oportuno y con la intensidad adecuada. Lo del momento y la intensidad adecuados pueden resultar conceptos un poco etéreos, pero, en general, quien defiende o, al menos, no rechaza de plano el azote desde un punto de vista estrictamente pedagógico dice que ha de ser el último recurso, que debe ir acompañado de calma, de reflexión, de cariño y de diálogo.
El problema es que es muy difícil que esos contextos se den. Según el trabajo de Gámez, los cachetes suelen ir acompañados -en nueve de cada 10 casos- de "agresiones psicológicas", es decir, de "gritos, de amenazas, de intentos de humillar al menor", dice el investigador.
"El cachete explicita la impotencia y la incapacidad del adulto", dice el pedagogo y doctor en Ciencias de la Educación Joan Josep Sarrado. Así lo percibe el niño y, por lo tanto, lo vive como una "venganza" del padre o de la madre, y no puede tener efectos educativos positivos, asegura. Otra cuestión, aparte del desahogo, es la eficacia inmediata que puede tener el capón. Gámez explica que pueden tener unos resultados a corto plazo de mayor obediencia, pero "a largo plazo, lo que ocurrirá es que probablemente el padre tendrá que aplicarlo cada vez con más frecuencia para obtener el mismo resultado", añade.
Además, también hablan muchos expertos de los efectos negativos a largo plazo -insensibilizarle ante el dolor ajeno y enseñarle a resolver sus problemas con violencia-, y a corto, causarle una enorme desorientación si el padre o la madre se sienten tan culpables después que tratan de compensarlo de manera exagerada.
En el lado contrario, muchas veces el argumento es: conmigo funcionó, no me he traumatizado y tengo una vida normal, así que no está tan mal. Para Gámez, alguien al que le dieron azotes tiene más posibilidad de dárselos a sus hijos y, por otro lado, también tiene sentido que se justifique si se utilizan por falta de estrategias alternativas o para justificar el comportamiento familiar que tuvieron con él.
El profesor de Psicología de la Universidad de Navarra Gerardo Aguado asegura que "se exagera, ya que tampoco se traumatiza a los niños para toda la vida". La cuestión, sin embargo, es que conviene descartar castigos físicos, simplemente, porque "son innecesarios, no tienen ningún objetivo educativo", y "no funcionan", es decir, no van a corregir el comportamiento del menor.
Pero las otras herramientas requieren tiempo, esfuerzo y paciencia. "En educación, nada se improvisa", dice Sarrado. Los procesos de diálogo, de comunicación, de respeto deben empezar muy pronto, cuanto antes, añade. Y también la utilización de castigos no físicos o no agresivos. Es muy importante poner límites, acostumbrar a los niños también a lidiar con la frustración, porque las familias tienden a "sobregratificar" a los menores, añade.
Mucho se ha hablado, cuando se trata de educación, de que el final de una sociedad represiva en España dio paso a otra mucho más permisiva que ha acabado experimentando graves problemas a la hora de ejercer la autoridad y de poner límites a los niños. Pero la respuesta, dice Pedro Rascón, presidente de la confederación de padres de alumnos Ceapa, nunca puede ser volver a fórmulas autoritarias y represivas del pasado.
Así, esas alternativas pueden incluir castigos no agresivos -aunque sobre el tema del castigo también hay muchas teorías encontradas- que van desde quitar algún privilegio (te quedas sin televisión o sin juguete), a arreglar el daño causado (pedir perdón, arreglar o pagar con los ahorros lo que se ha roto). Pero siempre debe ser, según Sarrado, un castigo inmediato, coherente -es bastante malo que los padres se contradigan-, justo, ajustado y mantenerse en el tiempo. "Puede que alguien llegue a la conclusión de que se ha equivocado con la respuesta al hijo, pero no debe cambiar de criterio hasta que el niño o la niña deje de presionar", para que no piense que el cambio se debe a esa presión. Y añade que solo si se han establecido antes unos hábitos de diálogo y unos compromisos funcionará en la adolescencia la vía de la negociación.
Gámez, por su parte, también insiste en que todas esas pautas deben establecerse desde el principio. Pero también habla de la necesidad de manejar la atención parental, es decir, no es una buena idea que el niño perciba que su padre o su madre solo le hacen caso cuando hace las cosas mal, y nunca cuando hace las cosas bien, dice el profesor.
La cuestión es que los padres no tienen por qué ser pedagogos y todas esas herramientas no son fáciles. "Hoy en día hay muchos recursos, hay escuelas de padres, se puede hacer un seguimiento muy de cerca con los profesores de los centros educativos", contesta Sarrado.
El debate sigue y seguirá abierto y los padres también tienen derecho a equivocarse sin que se les culpabilice, lo cual no quiere decir que, como señala Sarrado, "cuanto menos cachetes, mejor, y si puede ser, nada". Y así, sin fórmulas que den respuestas exactas, lo que queda es un enorme espacio entre el sentido común al que apela Marina y las respuestas científicas. Gámez admite que alguien al que le han dado cachetes es muy posible que no quede traumatizado, que no le queden secuelas en su autoestima, que no golpee a su vez a su hijo cuando sea mayor, que no genere conductas que incluyan la violencia en la resolución de conflictos... Puede que eso no le ocurra, dice, pero desde luego, según numerosos estudios científicos, tiene muchas más posibilidades que un chaval que no recibió cachetes
.Las alternativas al coscorrón
- El diálogo. Aunque pueda antojarse inútil, es importante empezar a explicar las decisiones que se toman a los niños desde que son pequeños, aunque tengan siete u ocho años, para ir poniendo los cimientos de una relación de diálogo, dice el pedagogo Joan Josep Sarrado.
- La firmeza. Es mucho más interesante decir las cosas con firmeza que gritando, dice Aguado.
- El castigo. El castigo debe estar pegado a la acción, no esperar, y debe ser contundente desde el principio; castigar si se decide castigar sin amenazar durante mucho tiempo, añade Aguado. Además, debe ser ajustado y mantenerse a pesar de la presión del hijo, apunta Joan Josep Sarrado. Puede ser desde mandarle de cara a la pared o a otra habitación, hasta privarle de la tele o de un juguete.

- La atención. Los padres deben procurar dedicarle atención al niño cuando haga las cosas bien, no solo cuando las haga mal. Hay que saber ignorar algunos comportamientos con los que el menor solo quiere llamar la atención, dice el psicólogo Manuel Gámez.
SUECIA | El niño tiene 12 años

Al calabozo por darle un sopapo a su hijo

ELMUNDO.es | Madrid
Actualizado martes 30/08/2011
Dentro de Europa, las costumbres respecto a cómo criar un hijo pueden llegar a ser muy distintas. El asunto ha estado en las sobremesas del viejo continente estos últimos días debido a los disturbios de Reino Unido. Ahora, Italia y Suecia cuentan con una nueva polémica para reavivar el debate.
Giovanni Colasante, un italiano de 46 años y consejero del ayuntamiento de Canosa -en Puglia- decidió pasar las vacaciones junto a su familia en Estocolmo, capital de Suecia. Lo que debía ser una temporada agradable junto a los seres queridos se convirtió en una desagradable visita obligada a las dependencias policiales suecas, según informa el diario italiano 'Corriere del Mezzogiorno'.
Paseando por las calles de la ciudad norteña, el hijo de Colasante, de 12 años, tuvo una rabieta. El padre decidió poner fin a la escena dándole un sopapo. Algo que muchos considerarían normal en otras tierras y que, sin embargo, en Suecia es ilegal. Como resultado de su acción, el italiano acabó arrestado y retenido en el país hasta el día del juicio, previsto para el día 6 de septiembre. Su esposa se ha quedado con él, mientras que el niño ha vuelto a su casa junto al resto de los viajeros.
Cualquier forma de violencia física hacia la propia prole, por más leve que sea, está prohibida en Suecia y se considera un delito grave que corresponde al maltrato. Se trata de algo tan serio que Colasante acabó esposado, denunciado ante las autoridades y encarcelado por tres días. Y aún está esperando a la resolución judicial
«El cachete es una bomba de relojería»
18.10.12
A. VILLACORTA | OVIEDO.
«La mayoría de los padres no ven que están ejerciendo un maltrato. Lo hacen con intención educativa»
«Dos de cada diez niños han sufrido algún tipo de violencia sexual». Con ese dato como punto de partida y la alerta de la consejera de Bienestar de que «hay un cierto repunte de los casos de maltrato» vinculados con las dificultades económicas de las familias asturianas, dio ayer comienzo en Oviedo el XI Congreso Internacional de Infancia Maltratada, organizado por la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil (FAPMI-ECPAT) y que cuenta con la presencia de 450 expertos de diez países. Tomás Aller (Valladolid, 1973) es su coordinador.
-¿Hay una tipología de la violencia que se ejerce sobre los menores?
-La mayor parte de las modalidades de maltrato infantil no son físicas. Existe el abuso, la explotación, pero en torno al 80% de los casos tienen que ver con violencia psicológica, maltrato emocional o padres que tienen dificultad para ejercer esa parentalidad. La mayor parte no son exactamente conscientes de que están ejerciendo maltrato. Lo ven más desde una perspectiva educativa: «Hago esto para que el niño se calle».
-¿La frontera entre el cachete y el abuso físico es difusa?
-Cuando los padres recurren al cachete o al azote lo hacen con una intención educativa, de corregir al niño. El problema es que se está empleando una herramienta educativa inadecuada. Debe desterrarse. Una cosa es si se trata de algo esporádico, pero si eso se repite debemos preguntarnos qué es lo que está aprendiendo el niño. Se transmiten pautas educativas que parece que surten efecto en ese momento, pero el niño está aprendiendo algo negativo y eso es lo que va a emplear luego. Es una bomba de relojería. Ahora son niños, pero dejarán de serlo. Y ahí está el maltrato de los menores hacia los padres.
-¿La crisis tiene una vinculación directa con el maltrato?
-Es un factor que hay que tener en cuenta. Está directamente relacionada con algo que estamos empezando a ver: niños, niñas y adolescentes que están siendo prostituidos con el consentimiento de sus padres.
-¿Hay señales claras de que un menor sufre esta lacra?
-Hay indicadores que pueden servir a los padres y educadores para saber que pueden estar ante una situación de maltrato infantil. Por ejemplo, si el niño sufre un cambio brusco en el comportamiento. O trastornos del sueño. Algo está pasando ahí. O también podemos hablar de niños que estaban a gusto con personas adultas y ahora dejan de estarlo. Y, lógicamente, de todas aquellas señales de carácter físico. Automáticamente, deben ser supervisadas por un médico.
-¿Hay un perfil del maltratador?
-Igual que no hay un perfil de víctimas, tampoco hay un perfil de maltratador. Afecta a todas las clases sociales, a todos los perfiles. Y, a medida que avanza la investigación, lo que teníamos claro ya no lo es tanto.
-¿Por ejemplo?
-Siempre teníamos claro que los casos de abuso sexual afectaban mayoritariamente a niñas, pero las cifras empiezan a equipararse. O, en los casos de explotación sexual, siempre se ha pensado que eran los hombres quienes lo hacían y están apareciendo mujeres también. Ahora bien: generalmente, cuando hablamos de maltratadores, hablamos de personas sometidas a estrés y con unas pautas educativas inadecuadas. Padres que, ante un problema conductual de sus hijos, no saben cómo responder y ejercen la violencia. Hay que tener en cuenta también que muchas veces se arrepienten después. Ellos mismos se dan cuenta de sus limitaciones. Y que muchas veces, el maltrato físico es empleado como una estrategia de liberación de la ansiedad personal.


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